"Mi vida es una vida hecha de todas las vidas: las vidas del poeta" (Pablo Neruda)













miércoles, 16 de marzo de 2011

"REVERDECER"


Seguía mirando el sepulcro, porque estaba resuelto a no moverse hasta que se alejaran las hermanas de la pobre Emilia y porque en el instante en que se volviera, para salir del cementerio, entraría en el mundo donde ya no podría encontrarla. No se resignaba a emprender el regreso platicando pías trivialidades con esas mujeres, ni se dejaría engañar por la esperanza, tan deplorablemente inútil de buscar en ellas algún rasgo en que su amiga perdurara. Las mujeres partieron por fin; él estaba por irse, cuando descubrió, a una distancia que sarcásticamente calificó de respetuosa, al hombre de las pompas fúnebres, con el aire contrito, servil, implacable, que ya le conocía. Desde la noche del accidente, lo vio merodeando por los alrededores de la casa de Emilia, en un automóvil negro. Ahora pretendería, probablemente, venderle algún álbum de fotografías y de recortes o algún adorno para la tumba; pero lo aterraba la posibilidad de que el individuo, en el afán de ponderar el trabajo de la empresa, le comunicara pormenores macabros. Lo que estaba ahí debajo no era Emilia y para acercarse a ella no había en toda la tierra un lugar más incongruente que ese rectángulo de mármol, con el nombre y la cruz. Mientras él viviera, sin embargo, traería flores. Alguien debería hacerlo y la persona indicada era él. La persona indicada, reflexionó con orgullo, y la única, pues en la vida y en la muerte de Emilia estaba solo. Con dolor en el corazón recordó que en alguna época había anhelado una seguridad como la que ahora tenía: la seguridad de que nada pudiera ocurrir.
Juntos habían leído los versos de un poeta francés:

Por poco que te muevas,
despiertan mis angustias,

y él había exclamado: Es verdad. ¿Cómo pedir a un ser tan vivo como Emilia, que permaneciera quieta a su lado, que no fuera inconstante? No pidió nada, pero el milagro de fidelidad ocurrió.  Tal vez por eso ahora se hallaba en medio de una soledad  tan extrema, sin nadie para compartir el dolor.  El cansancio de los últimos días lo llevó a pensar en imágenes; poco menos que soñando despierto, se vio a sí mismo como un jardinero de tumbas. “Todos los viernes pondré aquí un ramo de rosas”, murmuró, “para compensar las calas que traerán esas mujeres”.
Cuando advirtió que el individuo había partido, lentamente emprendió el camino de vuelta. Cruzo lugares abiertos y desolados, bajó hasta la plaza y a la sombra de los árboles de la calle Artigas, en la tibieza del aire y en un olor de hojas presintió la todavía lejana primavera. Un piano, en una de las casas próximas, tocaba una marcha, circense y trivial, que no oía desde hacía tiempo. Recordó a Arguello o Araujo ¿cómo se llamaba su antecesor? Era éste un personaje borroso, que nunca lo inquietó.  Por lo que había colegido, la conoció a Emilia cuando ella tenía menos de veinte años, y probablemente se valió de la circunstancia. Nada concreto le había dicho Emilia contra ese primer amor – era incapaz de ello – pero sin lugar a dudas le dio a entender que en su vida había contado poco.  El episodio no tenía otro significado que el de probar lo ciega y cruda que era la juventud.
Se detuvo para cruzar la calle. Miró su casa: el frente de imitación de piedra, la angosta y oscura puerta de madera, los dos balcones laterales, los de arriba (en previsión de un piso alto); se admiró de que todo eso alguna vez le haya parecido alegre. Abrió la puerta y entro como en un sepulcro.
Aquella tarde no pudo renunciar a una convicción absurda. Cuando llamaban a la puerta acudía temblando de esperanza. A pesar de que había llevado una vida retirada, se encontró con que tenía numeroso amigos, y a pesar de las particularidades de su luto, las visitas se sucedían a las visitas. Él recordaba otras, de un ayer que había quedado muy cerca y muy lejos: ni bien cerraba los ojos creía ver a Emilia, llegando un poco atrasada, agitada por haber corrido, y creía sentir en su rostro la frescura de su piel; pero nada fuera de lo regular ocurrió hasta el viernes por la mañana, cuando acudió al cementerio, con un ramo de rosas blancas. Apenas ajado, como si estuviera allí desde la víspera, encontró sobre la tumba un ramo de rosas rojas. Por dos motivos el hecho le extrañó: porque se le hubieran anticipado con la ofrenda, las hermanas, y porque desafiando las convenciones, hubieran elegido flores de color. Opinó que el azar era capaz de todo. Transcurrieron siete días y olvidó el asunto. El viernes acudió a la tumba con sus rosas blancas. Allí encontró por cierto, un nuevo ramillete de rosas rojas.
Aunque resolvió no pensar más, caviló bastante por aquellos días, hasta la mañana del jueves, en que tuvo una inspiración. Apresuradamente se dirigió a un puesto, donde compro flores.   En Rivadavia subió a un taxímetro. Muy pronto había depositado su ofrenda y estaba un poco perplejo, sin saber que hacer. Mientras erró por el cementerio, los minutos pasaron con señalada lentitud. Descorazonado, cruzó el pórtico y en la soleada escalinata se detuvo un instante, se volvió, para dar otra oportunidad al destino, y en el fondo de la alameda oblicua observo con estupor la escena que toda la mañana había previsto y esperado: el hombre colocando en la tumba las rosas rojas.
Su repugnancia de las cosas de la muerte, un tanto neurótica y obsesiva, lo había llevado a tomar por empleado de pompas fúnebres al hombre que en un automóvil negro, por la casa de Emilia, en los días del accidente. Ahora recordaba una fotografía de Araujo, que había mirado distraídamente años atrás. El hombre era Araujo.
Si no quería que lo sorprendieran ahí, debía alejarse cuanto antes. Aún se demoró un poco. Partió luego caminando despacio. Todo el día espero, espero sin inquietud, como quien está seguro. A las diez de la noche llamaron a la puerta. Antes de abrir, sabía con quien iba a encontrarse. Araujo le dijo:
-         Caminando se conversa mejor. Sobre todo caminando de noche. ¿Quiere dar una vuelta?
Por Bacacay y Avellaneda bajaron hasta Donato Alvarez; rodearon la plaza Irlanda; volvieron al oeste por Neuquén. Durante horas caminaron y hablaron plácidamente de la mujer que habían querido. Araujo explico:
-         No le llevo flores de muerto porque me parecen una afrenta para Emilia. ¡En ella la vida era evidente! – Después de una pausa agrego – Tenía algo sobrenatural sin embargo.
Él pensó: “Yo no lo había advertido, pero es verdad”. Aunque aparentemente contradictoria con algunas afirmaciones anteriores, encontró que no era menos cierta otra observación de Araujo:
-         Porque era sobrenatural debemos ahora conformarnos. Tal vez nunca perteneció a este mundo.
En algún momento le molesto que alguien la hubiera conocido mejor que él y no estuvo lejos de los celos. Araujo debió adivinar el sentimiento porque declaró:
-         No podemos juzgarla como a las otras mujeres. Emilia era de un plano distinto. Era de luz y de aire.
Se despidieron. Vio partir a Araujo en el automóvil negro; entró en la casa, encendió el calentador, preparó unos mates. Quería meditar sobre el descubrimiento de esa noche: porque otro la había querido, él no estaba solo, la memoria de Emilia se ensanchaba y más allá de la tumba continuaba del milagro de la vida.


 Adolfo Bioy Casares - "Historias de Amor"

martes, 1 de marzo de 2011

FRAGMENTOS DE UN EVANGELIO APÓCRIFO


3. Desdichado el pobre en espíritu, porque bajo la tierra será lo que ahora es en la tierra.

4. Desdichado el que llora, porque ya tiene el hábito miserable del llanto.

5. Dichosos los que saben que el sufrimiento no es una corona de gloria.

6. No basta ser el último para ser alguna vez el primero.

7. Feliz el que no insiste en tener razón, porque nadie la tiene o todos la tienen.

8. Feliz el que perdona a los otros y el que se perdona a si mismo.

9. Bienaventurados los mansos, porque no condescienden a la discordia.

10. Bienaventurados los que no tienen hambre de justicia, porque saben que nuestra suerte, adversa o piadosa, es obra del azar, que es inescrutable.

11. Bienaventurados los misericordiosos, porque su dicha esta en el ejercicio de la misericordia y no en la esperanza de un premio.

12. Bienaventurados los de limpio corazón, porque ven a Dios.

13. Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque les importa más la justicia que su destino humano.

14. Nadie es la sal de la tierra, nadie, en algún momento de su vida, no lo es.

15. Que la luz de una lámpara se encienda, aunque ningún hombre la vea. Dios la verá.

16. No hay mandamiento que no pueda ser infringido, y también los que digo y los que los profetas dijeron.

17. El que matare por la causa de la justicia, o por la causa que el cree justa, no tiene culpa.

18. Los actos de los hombres no merecen ni el fuego ni los cielos.

19. No odies a tu enemigo, porque si lo haces, eres de algún modo su esclavo. Tu odio nunca será mejor que tu paz.

20. Si te ofendiere tu mano derecha, perdónala; eres tu cuerpo y eres tu alma y es arduo,
o imposible, fijar la frontera que los divide.

24. No exageres el culto de la verdad; no hay hombre que al cabo de un día, no haya mentido con razón muchas veces.

25. No jures, porque todo juramento es un énfasis.

26. Resiste al mal, pero sin asombro y sin ira. A quien te hiriere en la mejilla derecha, puedes volverle la otra, siempre que no te mueva el temor.

27. Yo no hablo de venganzas ni de perdones; el olvido es la única venganza y el único perdón.

28. Hacer el bien a tu enemigo puede ser obra de justicia y no es arduo; amarlo, tarea de ángeles y no de hombres.

29. Hacer el bien a tu enemigo es el mejor modo de complacer tu vanidad.

30. No acumules oro en la tierra, porque el oro es padre del ocio, y este, de la tristeza y del tedio.

31. Piensa que los otros son justos o lo serán, y si no es así, no es tuyo el error.

32. Dios es mas generoso que los hombres y los medirá con otra medida.

33. Da lo santo a los perros, echa tus perlas a los puercos; lo que importa es dar.

34. Busca por el agrado de buscar, no por el de encontrar.

39. La puerta es la que elige, no el hombre.

40. No juzgues al árbol por sus frutos ni al hombre por sus obras; pueden ser peores o mejores.

41. Nada se edifica sobre la piedra, todo sobre la arena, pero nuestro deber es edificar como si fuera piedra la arena.

47. Feliz el pobre sin amargura o el rico sin soberbia.

48. Felices los valientes, los que aceptan con animo parejo la derrota o las palmas.

49. Felices los que guardan en la memoria palabras de Virgilio o de Cristo, porque éstas darán luz a sus días.

50. Felices los amados y los amantes y los que pueden prescindir del amor.

51. Felices los felices.


JORGE LUIS BORGES - De ELOGIO DE LA SOMBRA

viernes, 25 de febrero de 2011

William Shakespeare

Los orígenes

En el sexto año del reinado de Isabel I de Inglaterra, el 26 de abril de 1564, fue bautizado William Shakespeare en Stratford-upon-Avon, un pueblecito del condado de Warwick que no sobrepasaba los dos mil habitantes, orgullosos todos ellos de su iglesia, su escuela y su puente sobre el río. Uno de éstos era John Shakespeare, comerciante en lana, carnicero y arrendatario que llegó a ser concejal, tesorero y alcalde. De su unión con Mary Arden, señorita de distinguida familia, nacieron cinco hijos, el tercero de los cuales recibió el nombre de William. No se tiene constancia del día de su nacimiento, pero tradicionalmente su cumpleaños se festeja el 23 de abril, tal vez para encontrar algún designio o fatalidad en la fecha, ya que la muerte le llegó, cincuenta y dos años más tarde, en ese mismo día.

Así, pues, no fue su cuna tan humilde como asegura la crítica adversa, ni sus estudios tan escasos como se supone. A pesar de que Ben Johnson, comediógrafo y amigo del dramaturgo, afirmase exageradamente que "sabía poco latín y menos griego", lo cierto es que Shakespeare aprendió la lengua de Virgilio en la escuela de Stratford, aunque fuera como alumno poco entusiasta, extremos ambos que sus obras confirman. La madre provenía de una vieja y acomodada familia católica, y es muy posible que el poeta, junto con sus dos hermanos y una hermana, fuese educado en la fe de su madre.

Sin embargo, no debió de permanecer mucho tiempo en las aulas, pues cuando contaba trece años la fortuna de su padre se esfumó y el joven hubo de ser colocado como dependiente de carnicería. A los quince años, según se afirma, era ya un diestro matarife que degollaba las terneras con pompa, esto es, pronunciando fúnebres y floreados discursos. Se lo pinta también deambulando indolente por las riberas del Avon, emborronando versos, entregado al estudio de nimiedades botánicas o rivalizando con los más duros bebedores y sesteando después al pie de las arboledas de Arden.

A los dieciocho años hubo de casarse con Anne Hathaway, una aldeana nueve años mayor que él cuyo embarazo estaba muy adelantado. Cinco meses después de la boda tuvo de ella una hija, Susan, y luego los gemelos Judith y Hamnet. Pero Shakespeare no iba a resultar un marido ideal ni ella estaba tan sobrada de prendas como para retenerlo a su lado por mucho tiempo. Los intereses del poeta lo conducían por otros derroteros antes que camino del hogar. Seguía escribiendo versos, asistía hipnotizado a las representaciones que las compañías de cómicos de la legua ofrecían en la Sala de Gremios de Stratford y no se perdía las mascaradas, fuegos artificiales, cabalgatas y funciones teatrales con que se celebraban las visitas de la reina al castillo de Kenilworth, morada de uno de sus favoritos.

Según la leyenda, en 1586 fue sorprendido in fraganti cazando furtivamente. Nicholas Rowe, su primer biógrafo, escribe: "Por desgracia demasiado frecuente en los jóvenes, Shakespeare se dio a malas compañías, y algunos que robaban ciervos lo indujeron más de una vez a robarlos en un parque perteneciente a sir Thomas Lucy, de Charlecote, cerca de Stratford. En consecuencia, este caballero procesó a Shakespeare, quien, para vengarse, escribió una sátira contra él. Este acaso primer ensayo de su musa resultó tan agresivo que el caballero redobló su persecución, en tales términos que obligó a Shakespeare a dejar sus negocios y su familia y a refugiarse en Londres". Pero es más plausible que el virus del teatro lo impulsara a unirse a alguna farándula de cómicos nómadas de paso por Stratford, abandonando hijos y esposa y trocándolos por la a la vez sombría y espléndida capital del reino.

Shakespeare en la ciudad del teatro

A partir de ese momento hay una laguna en la vida de Shakespeare, un período al que los biógrafos llaman "los años oscuros". No reaparece ante nuestros ojos hasta 1593, cuando es ya un famoso dramaturgo y uno de los personajes más populares de Londres. Entretanto se le atribuyen los siguientes empleos: pasante de abogado, maestro de escuela, soldado de fortuna, tutor de noble familia e incluso guardián de caballos a la puerta de los teatros. Pasarían varios meses hasta que pudiera ingresar en ellos y meterse entre bastidores, primero como traspunte o criado del apuntador, luego como comparsa, más tarde como actor reconocido y, por fin, como autor de gran y merecido prestigio.

Prohibidos por un ayuntamiento puritano que los consideraba semillero de vicios, los teatros se habían instalado al otro lado del Támesis, fuera de la jurisdicción de la ciudad y de la molestia de sus alguaciles. La Cortina, El Globo, El Cisne o Blackfriars no eran muy distintos de los corrales hispanos donde se representaba a Lope de Vega. La escenografía resultaba en extremo sencilla: dos espadas cruzadas al fondo del proscenio significaban una batalla; un actor inmóvil empolvado con yeso era un muro, y, si separaba los dedos, el muro tenía grietas; un hombre cargado de leña, llevando una linterna y seguido por un perro, era la luna.

El vestuario se improvisaba en un rincón de la escena semioculto por cortinas hechas jirones, a través de las que el público veía a los actores pintándose las mejillas con ladrillo en polvo o tiznándose el bigote con corcho carbonizado. Mientras los actores gesticulaban y declamaban, los hidalgos y los oficiales, acomodados a su mismo nivel sobre la plataforma, les desconcertaban con sus risas, sus gritos y sus juegos de cartas, prestos a lucir su ingenio improvisando réplicas y a echar a perder la representación si la obra no les complacía. En torno al patio, las galerías acogían a las damas de alcurnia y los caballeros. Y en el fondo de "la cazuela", envueltos en sombras, sentados en el suelo entre jarras de cerveza y humo de pipas, se veía a "los hediondos", el maloliente pueblo.

La fecundidad

Hacia 1589, Shakespeare comenzó a escribir. Lo hacía en hojas sueltas, como la mayoría de los poetas de entonces. Los actores aprendían y ensayaban sus papeles a toda prisa y leyendo en el original, del que no se sacaban copias por falta de tiempo; de ahí que ya no existan los manuscritos. Como cada tarde se ofrecía una obra diferente, el repertorio había de ser muy variado. Si la obra fracasaba ya no se volvía a escenificar. Si gustaba era repuesta a intervalos de dos o tres días. Una obra de mucho éxito, como todas las de Shakespeare, podía representarse unas diez o doce veces en un mes. Algunos actores eran capaces de improvisar a partir de un somero argumento los diálogos de la obra conforme se iba desarrollando la acción. Shakespeare nunca los necesitó.

Acuciado por este ritmo vertiginoso y espoleado por su genio, Shakespeare empezó a producir dos obras por año. En su primera etapa, Shakespeare siguió la línea de estos dramas isabelinos de capa y espada. De estos años (entre 1589 y 1592) son las obras con las que inaugura su crónica nacional, sus dramas históricos: las tres primeras partes de Enrique VI y la historia de quien lo asesinó, Ricardo III. La comedia de los errores, basada en un tema de Plauto, marca su faceta burlesca, y Tito Andrónico, tragedia bárbara inspirada en Séneca, su primera obra de tema romano.

Durante la peste de Londres de 1592 (que los puritanos aprovecharon para mantener cerrados los teatros hasta 1594), Shakespeare se retiró a Stratford y desarrolló sus dotes poéticas. En 1593 publicó Venus y Adonis y en 1594 La violación de Lucrecia, dos poemas largos, dedicados a su joven protector, Henry Wriothesley, conde de Southampton, a quien se suele asociar con uno de los protagonistas de los afamados sonetos. Según figura en los documentos, en 1594 ya era miembro destacado de la mejor compañía de la época, la Lord Chamberlain's Company of Players (Compañía de Actores de lord Chamberlain), nombre tomado de su protector, y había escrito La fierecilla domada, Los dos hidalgos de Verona, dos comedias de inspiración italiana y una tercera, Trabajos de amor perdidos, ambientada en una Navarra imaginaria.

Shakespeare empezó de actor en la compañía y aunque siguió haciéndolo hasta 1603, nunca llegó a interpretar papeles principales. Sin embargo, la experiencia debió serle útil. Como Molière, Brecht o Bulgákov, Shakespeare fue un verdadero hombre de teatro: lo conocía desde dentro, participaba en los ensayos, presenciaba los espectáculos y concebía sus personajes pensando en actores concretos. Paralelamente a su éxito teatral, mejoró su economía. Llegó a ser uno de los accionistas de su teatro, pudo ayudar económicamente a su padre e incluso en 1596 le compró un título nobiliario, cuyo escudo aparece en el monumento al poeta construido poco después de su muerte en la iglesia de Stratford. Entre 1594 y 1597 escribió Romeo y Julieta y El sueño de una noche de verano, dos obras de amor y de juventud, y los dramas históricos Ricardo II, El rey Juan y El mercader de Venecia.

En 1598 la compañía de Chamberlain se instaló en el nuevo teatro The Globe (El Globo), cuyo nombre se uniría al de Shakespeare para siempre. Ésta parece que fue la etapa más feliz del escritor, la época de las comedias Mucho ruido y pocas nueces, Como gustéis, Las alegres comadres de Windsor (que según la leyenda fue escrita en quince días por encargo urgente de la reina), Noche de Reyes y Bien está lo que bien acaba, escritas todas entre 1598 y 1603. De estos años son también (como anticipando su próxima etapa) Julio César, Troilo y Crésida y su obra más famosa y perdurable, Hamlet.

A la muerte de Isabel l en 1603, Jacobo I, hijo de María Estuardo y rey de Escocia desde 1567, se convirtió también en rey de Inglaterra y la compañía de Chamberlain pasó bajo su protección con el nombre de King's Men (Hombres del Rey). A pesar del cambio de nombre y de protector, el teatro mantuvo su carácter público: hicieron representaciones para todo el mundo, incluso para la corte.

Ante tal éxito, la compañía inauguró una pequeña sala cubierta en 1608, la Blackfriars, con una entrada más elevada y para un público más selecto. Financieramente, la compañía funcionaba como una sociedad anónima de la que Shakespeare fue uno de sus más importantes accionistas. Debido a la buena administración, su posición económica se afirmó aun mas: compró varias propiedades en Londres y en Stratford, hizo distintas inversiones, entre ellas algunas agrícolas, y en 1605 compró una participación de los diezmos de la parroquia de Stratford, gracias a lo cual (y no a su gloria literaria) sería enterrado en el presbiterio de la iglesia.

El último acto

Shakespeare tuvo siempre obras en escena, pero nunca aburrió. Entre 1600 y 1610 no dejó de estar en el candelero con sus príncipes impelidos a acometer lo imposible, sus monarcas de ampuloso discurso, sus cortesanos vengativos y lúgubres, sus tipos cuerdos que se fingen locos y sus tipos locos que pretenden llegar a lo más negro de su locura, sus hadas y geniecillos vivaces, sus bufones, sus monstruos, sus usureros y sus perfectos estúpidos. Esta pléyade de criaturas capaces de abarrotar cielo e infierno le llenaron la bolsa.

A fines de siglo ya era bastante rico y compró o hizo edificar una casa en Stratford, que llamó New-Place. En 1597 había muerto su hijo, dejando como única y escueta señal de su paso por la tierra una línea en el registro mortuorio de la parroquia de su pueblo. Susan y Judith se casaron, la primera con un médico y la segunda con un comerciante. Susan tenía talento; Judith no sabía leer ni escribir y firmaba con una cruz. En 1611, cuando Shakespeare se encontraba en la cúspide de su fama, se despidió de la escena con La tempestad y, cansado y quizás enfermo, se retiró a su casa de New-Place dispuesto a entregarse en cuerpo y alma a su jardín y resignado a ver junto a él cada mañana el adusto rostro de su mujer. En el jardín plantó la primera morera cultivada en Stratford. Murió el 23 de abril de 1616 a los cincuenta y dos años, en una fecha que quedó marcada en negro en la historia de la literatura universal por la luctuosa coincidencia con la muerte de Cervantes.

Los misterios de Shakespeare

Es cierto que la juventud del poeta ofrece los pasajes más desconocidos para el biógrafo. Sin embargo, los verdaderos misterios de su vida pertenecen a aquellos años en que su carrera puede ser reconstruida con bastante fidelidad. El más conocido de estos enigmas está relacionado con sus Sonetos, publicados en 1609, pero escritos, en su mayor parte, unos diez o quince años antes. Uno de los protagonistas de los 154 sonetos es un apuesto joven a quien el poeta admira mucho, y el otro es la famosa dark lady, "dama morena", que le fue infiel con el anterior.

Muchos intentaron encontrar en estos poemas claves de la vida interior de Shakespeare, pruebas de su presunta homosexualidad, afirmando que el joven galán de los sonetos o, tal vez, la "dama morena" no era otro que el conde de Southampton, mecenas del debutante autor, a quien le había dedicado sus dos primeras obras poéticas. No se sabe con certeza quién era el objeto de la adoración secreta del poeta. Sus únicas referencias personales comprensibles y claras son menudencias: que sufría de insomnio, que le gustaba la música, que reprobaba las mejillas pintadas y el uso de las pelucas.

Otra de las incógnitas es que sus años de más éxito social, económico y profesional, entre 1603 y 1612, coinciden con la época de sus grandes tragedias, sus obras más amargas y desilusionadas, como Otelo, El rey Lear, Macbeth, Antonio y Cleopatra, Coriolano y Timón de Atenas. Incluso la última comedia de estos años, Medida por medida, es más sombría que muchos de sus dramas. Además, sus últimas cuatro obras, Pericles, Cimbelino, El cuento de invierno y La tempestad, su maravillosa despedida del teatro y del mundo, muestran una curiosa incursión de elementos novelescos y pastoriles en su teatro, sin duda bajo la Influencia de la nueva generación de dramaturgos como Francis Beaumont o John Fletcher. Hay otras dos obras, Enrique VIII y Los dos nobles parientes, ambas de 1612-1613, cuya autoría parcial suelen atribuírsele, ya que según todos los indicios fueron escritas en colaboración con el joven Fletcher, con las que el número de sus piezas teatrales sumarían 38. Pero La tempestad es considerada universalmente como su última obra.

Sea como fuere, lo cierto es que alrededor de 1613, es decir a los cuarenta y ocho años de edad, en pleno poder de sus facultades mentales y en el cenit de su carrera, Shakespeare rompió abruptamente con el teatro y se retiró a su ciudad natal como podría hacerlo un pequeño burgués que después de una vida de trabajo quisiera gozar de sus bienes en la quietud campestre. Sus últimos años transcurrieron como los de un respetado hidalgo rural: participaba en la vida social de Stratford, administraba sus propiedades y compartía sus días con sus familiares y vecinos.

Sus obras siguieron en cartelera hasta después de su muerte, y debió conservar algún contacto, aunque sólo amistoso, con el teatro. Incluso se dijo, según una leyenda registrada casi medio siglo después, que murió a consecuencia de un banquete celebrado en compañía de su colega Ben Jonson. Contradice a esta historia el hecho de que un mes antes de su muerte dictara su testamento rubricándolo con una firma temblorosa que permite imaginar que ya se encontraba enfermo.

El testamento, extenso y minucioso, está relacionado con el último misterio de la vida de Shakespeare, aunque sea sólo menor y de orden anecdótico: después de nombrar como heredero principal al marido de su hija mayor, Susan, y de legar valiosos objetos de oro y de plata a su otra hija, Judith, dejó a su mujer su «segunda mejor cama». Nadie ha podido descifrar el significado verdadero de tan extraño legado, que, a su vez, dice mucho del cariz del matrimonio del poeta.
 

jueves, 24 de febrero de 2011

Eugène Ionesco




Uno de los autores teatrales más emblemáticos de este siglo, mordaz y sobre todo dotado de un gran sentido del humor, sus obras reflejan, su punto de vista pesimista respecto a la condición humana, nuestra incapacidad para entendernos y lo ridículo de la existencia. Principal exponente del teatro del absurdo, creó situaciones escénicas sin lógica, en las que utilizaba un lenguaje sin sentido alguno con el fin de resaltar el aislamiento y la extrañeza que sienten los seres humanos. Su éxito se basa en haber extendido sus técnicas dramáticas surrealistas a un público, el teatral, habituado al realismo.
Su Biografía:
Nacido en Slatina, Rumania (150 kilómetros de Bucarest), el 26 de noviembre de 1909; muchas fuentes indican que él nació en 1912. El error es debido a la vanidad de parte del autor. En los años '50 él "había mentido " quedando tres años más joven. Su padre era rumano, se llamaba Eugène Ionesco también y su madre Teresa Ipcar era francesa. Ionesco de niño vivió en París con el fin de que su padre terminase sus estudios de abogado. Su hermana Marilina nació el 11 de febrero de 1911 (y un año más tarde vino un hermano más joven, Mircea, que murió de meningitis a los 18 meses). En 1914, la familia vivió en Vaugirard, en París. A la edad de cuatro años él era ya un gran trabajador de las demostraciones de marionetas. Su padre se fue de nuevo a Bucarest en 1916 cuando Rumania se incorporó a la primera guerra mundial. Pero su esposa y los dos niños jóvenes permanecieron en París y tuvieron que manejar todo por sí mismos, aunque con alguna ayuda de los padres de Teresa. Después de finalizar la guerra no tenían ninguna noticia del padre y pensaron que él había muerto en el frente. (Le Guignol). La madre y sus niños entonces vivieron en el hotel de Nivernais en el rue Blometh. La salud de Eugene era frágil, su madre lo envió a vivir con una familia en el campo, en la Chapelle Anthenaise (Mayenne), donde él permaneció de 1917 a 1919 con su hermana más joven, Marilina. En las escrituras de Ionesco, este período se representa como el período más pacífico y más armonioso de su vida.
Luego él y su hermana volvieron a París y vivían en un departamento pequeño y oscuro en rue de l'Avre en París, con su madre y abuelos. En este departamento él escribió "Un Juego Heroico" en dos actos (32 paginaciones en un libro de ejercicios) y un decorado cómico. Estos textos desgraciadamente se perdieron. Él fue a la escuela en la rue Dupleix.
Su padre no había muerto en la guerra después de todo. Él incluso no había sido soldado, sino había obtenido un puesto como inspector de la seguridad en la policía de Bucarest. En 1917 él se volvió a casar, el mismo año que lo designaron inspector general. Usando y empleando mal su posición en la policía y aprovechando que su esposa estaba en el extranjero, fingió que le había concedido el divorcio, e incluso la custodia de los niños. Él por lo tanto solicitó que le diesen los niños. Eugène por lo tanto volvió a Rumania en mayo de 1922 junto con su hermana. Él aprendió rumano y asistió a la Universidad en Bucarest y pasó el bachillerato en la escuela secundaria en Craiova en 1928.
Las relaciones con la familia del padre eran muy malas, especialmente con la madrastra que no gustaba de los niños y que terminó por echar fuera a la hermana de Eugène. Ella se fue con su madre, que se había trasladado a Bucarest. Su padre, aunque pudiera, nunca pagó cualquier mantención por ella.
En 1926, Eugène salió de la casa de su padre después de un argumento violento y también se trasladó al lugar de su madre. Ella ahora trabajaba en Bucarest. Cuando Marilina terminó el colegio, su madre le consiguió un trabajo como mecanógrafa. Marilina permaneció todo el resto de su vida en Rumania, se casó dos veces y nunca tuvo hijos. Ella mantuvo muy poco contacto con Eugène después de su vuelta a Francia en 1938.
Eugene tenía un cuarto equipado en la casa de la hermana de su padre. Su padre le dio el dinero y utilizó sus conexiones para obtener una beca de estudio para Eugène. Él insistió que su hijo fuese ingeniero, pero Eugène estaba más interesado en la literatura y la poesía.
En 1928 él comienza como poeta en Bilete de Papagal, era un diario famoso por su formato minúsculo. A partir la 1929 a 1933 él estudió para un grado francés en la universidad de Bucarest. Él publicó su primer artículo (en Ilarie Voronca) en 1930.
En 1931 escribió el fiinte mici (Elegies del pentru de Elegii para los seres minúsculos) (poesía) influenciado por Francis Jammes.
Entre 1928 y 1935 escribió los artículos en las revisiones Vremea (tiempo), Azi (hoy), Floarea de Foc (flor del fuego), Viata Literara (vida literaria), Romania Literara (Rumania literaria), Axa (el eje), Fapta (el hecho), Ideea, Romaneasca y zodiaco.
1933: Colaboración con Facla (la antorcha) y Universul Literar (universo literario).
1934: (No!), (Artículos y notas del diario). Esta colección de crítico, ensayos de protesta, provocaron un escándalo enorme en el mundo literario rumano, por su devastación, ataque subversivo, en un estilo animado y sarcástico, contra los valores establecidos de la literatura rumana: Tudor Arghezi, Ion Barbu, Camil Petrescu, Mircea Eliade. Este volumen recibió un premio de la casa editorial de las fundaciones reales, concedida por un jurado presidido por el crítico y el teórico literario Tudor Vianu.
8 de julio de 1936: Se casa con Rodica Burileanu. Luna de miel en Constanza y en Grecia. Tres meses más tarde su madre muere.
Eugène ahora trabajaba como profesor de francés en Cernavoda. Él también enseñó en el seminario ortodoxo de Curtea de Arges, y posteriormente en el seminario central de Bucarest. Lo secundaron al ministerio de la educación donde era responsable del departamento que se ocupaba de relaciones internacionales.
A partir la 1937 a 1938 estuvo a cargo de la sección crítica de la revisión de Facla. Él también publicó escrituras en Universul Literar, el periódico cultural Rampa (la cuesta), Parerile Libere (opiniones libres).
Declaración sobre su padre: "... la vez última que lo vi, había acabado mis estudios... Me casaron... Él respetó el estado, yo odio el estado. Él me había llamado " judío-cómodo " - ¡es mejor ser judío-cómodo que ser un idiota! "
Su artículo " vocabulario de la crítica ", fue publicado en Vremea en 1938.
El mismo año, él obtuvo una concesión rumana del estado para ir a París a escribir una tesis (que él nunca acabó) en: " el asunto del pecado y el asunto de la muerte en poesía francesa desde Baudelaire ". En París, él estuvo interesado en las escrituras de Emmanuel Mounier, Berdiaev, Jacques Maritain y Gabriel Marcel.
Él fue a Marsella (contactó con Les Cahiers du Sud y Leon-Gabriel Gros). De París él envió informes a la revisión mensual literaria y científica prestigiosa Viata Romaneasca (vida rumana). Él volvió al la Chapelle Anthenaise para visitar el paraíso perdido de su niñez.
Cuando la segunda guerra mundial fue declarada, ese mismo año, fue de nuevo a Rumania, trabajó como profesor francés en la escuela secundaria de Sfantul Sava en Bucarest. La situación en Rumania era tan mala que él quería estar en Francia y, después de muchas tentativas fallidas, finalmente volvió a Francia en mayo de 1942 con su esposa, gracias a los amigos que les ayudaron a conseguir documentos. Al principio ellos vivieron en el Hotel de la Poste en Marsella. Tenían grandes dificultades financieras. Él tradujo e introdujo la novela " Urcan Batranul " (padre Urcan) de Pavel Dan (1907-1937).
Designaron a Eugène Ionesco a los servicios culturales de la legación real de Rumania en Vichy. Él fue agregado cultural. Su hija Marie-France nació el 26 de agosto de 1944.
Durante 1945 se mudaron a París, en donde residieron en el rue Claude-Terrace 38 hasta 1960. La vida era difícil y el trabajo escaso en aquella epoca. Él trabajó como corrector de pruebas para un editor administrativo. A partir la 1945 a 1949, él tradujo los trabajos de Urmoz (1883-1923), poeta rumano, que era un precursor del surrealismo, de la literatura del absurdo y de la contra-prosa. Durante este período la familia de Ionesco recibió ayuda financiera de un pariente.
Su padre murió en Octubre o Noviembre de 1948 (12 años después de su madre).
En 1948 Ionesco había comenzado a escribir El Juego que fue realizado por primera vez el 11 de mayo de 1950 en el DES Noctambules de Theatre, bajo la dirección de Nicolas Bataille. Estaba lejos de ser un éxito. Solamente un puñado de intelectuales lo apreció y apoyó. Ionesco se asoció al movimiento de Andre Breton, Luis Buñuel, Arturo Adamov y Mircea Eliade. Él buscó y le fue concedida la ciudadanía francesa.
Su gusto por la diversión, la aventura y el nihilismo lo condujo a caer bien a un miembro de la universidad de Pataphysics (con Boris Vian, Raymond Queneau, Jacques Prevert, Marcel Duchamp y Michel Leiris). Concluído los años siguientes, muchos de sus trabajos fueron publicados en Cahiers du College de Pataphysique.
1958 era el año de la " controversia de Londres " donde Ionesco defendió su teatro y su visión del teatro en un polemico y virulento debate con el crítico inglés, Kenneth Tynan del Observador.
A partir la 1960 a 1964, Ionesco vivió en el rue de Rivoli 14 en París.
En 1965 el Frenesí para Dos fue realizado, dirigió por Nicolas Bataille.
1966: Conferencia en el teatro nacional francés, Theatre de Francia, durante el cual Maria Casares, Jean-Louis Barrault e Ionesco leyeron los textos sin editar.
El 8 de mayo de 1969, él recibió la medalla de Mónaco y en diciembre el gran premio nacional del teatro.
El 22 de enero de 1970 Eugène Ionesco fue elegido un miembro de la academia francesa, para asumir el asiento de Jean Paulhan. El mismo año él recibió el gran premio austríaco de la literatura europea.
El 25 de febrero de 1971. Admisión oficial a la academia francesa. Discurso de la accesión de Eugène Ionesco y respuesta de Jean Delay.
Ionesco hizo el discurso de apertura en el festival de Salzburg en 1972.
El 30 de abril de 1973 recibió el premio de Jerusalén y en junio la medalla de la ciudad de Vichy.
En 1974 hizo doctorado honorario en la universidad de Warwick (Reino Unido) y en 1975 en la universidad de Tel-Aviv.
Recibió la Reinhardt-medalla máxima en agosto de 1976 durante la celebración del 50º aniversario del festival de Salzburg. En noviembre participó con Emmanuel Jacquart, Francoise Koutilsky y Lamont, en un vector redondo en la universidad de Nueva York, delante de una audiencia de 900 personas.
En agosto de 1978, por diez días se juntaron muchos de los especialistas principales de Ionesco del mundo entero (Claude Abastado, Roger Bensky, Mircea Eliade, Martin Esslin, Henri Gouhier, Jeanyves Guerin, Gelu Ionesco, Emmanuel Jacquart, Pierre Larthomas, Michel Lioure, Yves Moraud, Jean Onimus, Michel Pruner, Paul Vernois, Colette Weil) en un chateau en Normandía. La reunión fue arreglada por Paul Vernois y Marie-France Ionesco, y Eugène y Rodica Ionesco honraron el acontecimiento con su presencia.
En Enero/Febrero de 1982 Ionesco dio una conferencia en la universidad de Bonn en donde él recibió la orden alemana del mérito.
Entre el 21 y 23 de abril de 1983, en la séptima reunión de la academia de American-Romanian de artes y de ciencias, en Davis, California, presidida por Richard Coe, Ionesco era el huésped de honor. Otros participantes prominentes eran Martin Esslin y Emmanuel Jacquart.
La salud de Eugène Ionesco seguía siendo frágil. En febrero de 1984 lo hospitalizaron y permanece en un coma diabético por dos días. A pesar de esta crisis, más adelante el mismo año, él viajó y dio conferencias en varios países europeos y los Estados Unidos.
El 16 de abril de1985 Ionesco recibió dos medallas: la de Mayenne y la de la Fleche. En mayo, recibió el premio internacional de Monte-Carlo del arte contemporáneo.
En 1986 recibió el T S. Elliot-Ingersoll-prize en Chicago. También fue a Berna en donde tomó parte activa en una reunión en la ayuda de derechos humanos.
En 1987 recibió la medalla de la ciudad de París y en octubre dos medallas de oro: la de Saint-Etienne y la de Saint-Chamond.
En febrero de 1989, Eugène Ionesco fue hospitalizado otra vez, lo que evitó que interviniera en persona para defender derechos humanos en Rumania. Su hija leyó su acusación contra el régimen rumano en su lugar.
El 27 de noviembre de 1992 el Uniwersytet Slaski, Katowice, Polonia, dio a Eugène Ionesco el título del doctor honorario. La ceremonia ocurrió en París.
Ionesco era un miembro del C.I.E.L. que milita para la observancia de derechos humanos en todos los países y para la libertad de científicos, de programas de escritura y de artistas.
Eugène Ionesco murió el 28 de Marzo 1994 en su residencia en París. Lo enterraron en el cementerio de Montparnasse.
Su Obra:
Sus obras teatrales describen la ridícula y fútil existencia humana en un universo totalmente impredecible, en el cual, debido a sus innatas limitaciones, las personas son incapaces de comunicarse unas con otras. Su pesimismo forma parte de la base del teatro del absurdo, un movimiento teatral que se lamenta de la falta de sentido de la condición humana. A pesar de las serias intenciones de Ionesco, sus obras rezuman humor y son ricas en situaciones cómicas. Movimiento de vanguardia, especialmente al introducir las obras de un sólo acto, los autores del teatro del absurdo utilizan técnicas tales como el ambiente sofocante, el nonsense y las situaciones ilógicas para enfatizar la extrañeza y la alienación humana.

miércoles, 23 de febrero de 2011

El teatro de Eugene Ionesco

Siempre me causa placer el recuerdo de los murmullos de descontento, las indignaciones espontáneas, las burlas que acogieron la aparición, en mayo de 1950, en el escenario de los Noctámbulos, de La cantante calva.
Esa noche no una, sino diez, quince, veinte veces oí este trozo de diálogo: “Pero en fin, ¿por qué La cantante calva? Me parece, amiga mía, que no ha aparecido en escena cantante alguna. Por lo menos yo no la he visto. ¡Y calva! ¿Ha visto usted que alguno de los personajes fuese calvo? … ¿Y ese bombero? ¿Qué tiene que hacer ahí un bombero? ¿De quien se burlan?”.  Era evidente que los notables no habían “comprendido”; les prometían una cantante calva, se sentían robados, lo que no perdonan: Ionesco lo vio bien al día siguiente. Fue inútil que yo evocase, de grupo en grupo, la Artesiana, insinuando que esa cantante calva era el resorte secreto de una obra infinitamente misteriosa, esotérica, y cuyo autor estaba visiblemente iniciado en los secretos de los Rosa Cruz. Eso sólo inquietó un momento.

Después de La cantante calva se invitó a los notables a asistir a La lección. Acudieron con la zorra en el bolsillo. Su zorra les había explicado que desde el momento en que una pieza, o antipieza, de E. Ionesco se titula La lección es porque se trata de todos menos de enseñanza: la zorra no es un animal al que se apresa dos veces en la misma trampa; es inteligente, deductiva, lo que permite comprender y prever. En consecuencia se quedó realmente aterrada, se sintió robada por segunda vez, cuando durante una hora, presenció la lección que un profesor, también inteligente y deductivo, dio a una muchacha carente de inteligencia y de deseo de comprender y que prefiere la muerte al saber.  Era una verdadera, una auténtica lección, incluso un “repaso”, una lección particular, exactamente calcada incluido el desenlace, de todas las lecciones que han solicitado y recibido las personas que quieren hacerse inteligentes: era un poco más o menos, la reproducción fiel de una lección del mariscal Foch en la Escuela de Guerra.
Luego, muy recientemente, Las sillas y Víctimas del deber volvieron a plantear otra vez la cuestión: había verdaderas sillas en Las sillas y no había bombero quemado vivo en Víctimas del deber.

Al aceptar escribir este Prólogo o anti-Prológo, para el primer volumen del Teatro de E. Ionesco me doy cuenta de que he contraído la obligación de explicar los placeres no ambiguos, sino muy francos, no de la “inteligencia”, sino de la sensibilidad, no al análisis, sino de la imaginación, que he experimentado en la representación y luego en la lectura de cada una de las obras de E. Ionesco.

Puedo decir muy exactamente por qué me agrada el teatro de Ionesco. Es porque sus personajes se parecen siempre a nosotros, a los notables y a mí, de perfil, y es nuestro propio perfil el que lanza con arrogancia a esas aventuras imprevistas, imprevisibles en apariencia, y que reconocemos de pronto como más auténticas todavía que todas las que han podido sucedernos.

No es un teatro psicológico, no es un teatro simbolista, no es un teatro social, ni poético, ni superrealista. Es un teatro que todavía no tiene etiqueta, que todavía no figura en ninguna estantería de confección. Es un teatro a medida; pero tengo la sensación de que quedaría mal si no diese un nombre a ese teatro. Es para mí un teatro de aventura, tomando esta palabra en el sentido mismo en que se habla de novela de aventura. Es teatro de capa y espada, ilógico como lo es Fantómas, inverosímil como La isla del tesoro, tan irracional como Los tres mosqueteros, pero como ellos poético y burlesco, exaltante y como ellos apasionante. Sé que viola constantemente “las reglas del juego”. Es, sin embargo, lo contrario de un teatro tramposo. Conozco al dedillo el teatro tramposo, asalta mis veladas, es obra de personas que conocen admirablemente “las reglas del juego”, que las conocen con tanta seguridad como el estafador conoce el código: el buen estafador puede siempre dar lecciones al señor fiscal público.

El teatro de E. Ionesco es seguramente el más extraño y espontáneo que nos ha revelado la posguerra. No se propone dar una lección a nadie, lo que es cosa menos admisible para una sociedad compuesta de sociedades de soldados voluntarios. Rechaza el ronroneo dramático, y con tanta naturalidad que ni siquiera hay modo de ver una “provocación en ese rechazo”.
Sentado en mi butaca de espectador o de lector, frente a Ionesco, nunca adivino de dónde partirán los tiros ni dónde me alcanzarán, pero me siento blanco y compruebo con alegría que es un tirador tan hábil como Búffalo Hill el que tengo delante de mí.
No sé si ha puesto a punto un “sistema” para tocarme tan fuerte, exacta y rápidamente; no lo creo y apenas me preocupa: le llegará la hora de la autopsia, amada por los notables, y es posible que entonces la zorra ahora vejada encuentre “la explicación” y se chupe los dedos a todo lo largo de una tesis. Deseo que la lectura de esa tesis lo divierta a Ionesco tanto como me divierte a mí su obra. A él le corresponderá entonces definir su placer.


Jacques Lemarchand

Prólogo de La cantante calva de Eugene Ionesco (Ed. Losada 70 aniversario)

domingo, 20 de febrero de 2011

Poesía y política - Pablo Neruda

Una vez en Isla Negra nos dijo la muchacha: “Señora, don Pablo, estoy encinta”. Luego tuvo un niño. Nunca supimos quién era el padre. A ella no le importaba. Lo que sí le importaba era que Matilde y yo fuéramos padrinos de la criatura. Pero no se pudo. No pudimos. La iglesia más cercana esta en El Tabo, un pueblecito sonriente donde le ponemos bencina a la camioneta. El cura se erizó como un puerco espín. “Un padrino comunista? Jamás. Neruda no entrará por esa puerta ni aunque lleve en sus brazos a tu niño”. La muchacha volvió a sus escobas en la casa, cabizbaja. No comprendía.
En otra ocasión vi sufrir a don Asterio. Es un viejo relojero. Ya tiene muchos años; es el mejor cronometrista de Valparaíso. Compone todos los cronómetros de la Armada. Su mujer se moría. Su vieja compañera. Cincuenta años de matrimonio. Pensé que debía escribir algo sobre él. Algo que lo consolara un poco en tan grande aflicción. Que pudiera leerlo a su esposa agonizante. Así lo pensé. No sé si tenía razón. Escribí el poema. Puse en él mi admiración y mi emoción por el artesano y su artesanía. Por aquella vida tan pura entre todos los tic-tacs de los viejos relojes. Sarita Vidal lo llevó al periódico. Se llama La Unión este periódico. Lo dirigía un señor Pascal. El señor Pascal es sacerdote. No quiso publicarlo. No se publicaría el poema. Neruda, su autor, es un comunista excomulgado. No quiso. Se murió la señora. La vieja compañera de don Asterio. El sacerdote no publicó el poema.
Yo quiero vivir en un mundo sin excomulgados. No excomulgaré a nadie. No le diría mañana a ese sacerdote: “No puede usted bautizar a nadie porque es anticomunista”. No le diría a otro: “No publicaré su poema, su creación, porque usted es anticomunista”. Quiero vivir en un mundo en que los seres sean solamente humanos, sin más títulos que ése, sin darse en la cabeza con una regla, con una palabra, con una etiqueta. Quiero que se pueda entrar a todas las iglesias, a todas las imprentas. Quiero que no esperen a nadie nunca más a la puerta de la alcaldía para detenerlo y expulsarlo. Quiero que todos entren y salgan del Palacio Municipal, sonrientes. No quiero que nadie escape en góndola, que nadie sea perseguido en motocicleta. Quiero que la gran mayoría, la única mayoría, todos, puedan hablar, leer, escuchar, florecer. No entendí nunca el rigor, sino para que el rigor no exista. He tomado un camino porque creo que ese camino nos lleva a todos a esa amabilidad duradera. Lucho por esa bondad ubicua, extensa, inexhaustible. De tantos encuentros entre mi poesía y la policía, de todos estos episodios y de otros que no contaré por repetidos, y de otros que a mí no me pasaron, sino a muchos que ya no podrán contarlo, me queda sin embargo una fe absoluta en el destino humano, una convicción cada vez más consciente de que nos acercamos a una gran ternura. Escribo conociendo que sobre nuestras cabezas, sobre todas las cabezas, existe el peligro de la bomba, de la catástrofe nuclear que no dejaría nadie ni nada sobre la tierra. Pues bien, esto no altera mi esperanza. En este minuto crítico, en este parpadeo de agonía, sabemos que entrará la luz definitiva por los ojos entreabiertos. Nos entenderemos todos. Progresaremos juntos. Y esta esperanza es irrevocable.


Pablo Neruda - Confieso que he vivido

jueves, 17 de febrero de 2011

Walking Around - Pablo Neruda

Sucede que me canso de ser hombre.
Sucede que entro en las sastrerías y en los cines
marchito, impenetrable, como un cisne de fieltro
Navegando en un agua de origen y ceniza.

El olor de las peluquerías me hace llorar a gritos.
Sólo quiero un descanso de piedras o de lana,
sólo quiero no ver establecimientos ni jardines,
ni mercaderías, ni anteojos, ni ascensores.

Sucede que me canso de mis pies y mis uñas
y mi pelo y mi sombra.
Sucede que me canso de ser hombre.

Sin embargo sería delicioso
asustar a un notario con un lirio cortado
o dar muerte a una monja con un golpe de oreja.
Sería bello
ir por las calles con un cuchillo verde
y dando gritos hasta morir de frío .

No quiero seguir siendo raíz en las tinieblas,
vacilante, extendido, tiritando de sueño,
hacia abajo, en las tapias mojadas de la tierra,
absorbiendo y pensando, comiendo cada día.

No quiero para mí tantas desgracias.
No quiero continuar de raíz y de tumba,
de subterráneo solo, de bodega con muertos
ateridos, muriéndome de pena.

Por eso el día lunes arde como el petróleo
cuando me ve llegar con mi cara de cárcel,
y aúlla en su transcurso como una rueda herida,
y da pasos de sangre caliente hacia la noche.

Y me empuja a ciertos rincones, a ciertas casas húmedas,
a hospitales donde los huesos salen por la ventana,
a ciertas zapaterías con olor a vinagre,
a calles espantosas como grietas.

Hay pájaros de color de azufre y horribles intestinos
colgando de las puertas de las casas que odio,
hay dentaduras olvidadas en una cafetera,
hay espejos
que debieran haber llorado de vergüenza y espanto,
hay paraguas en todas partes, y venenos, y ombligos.
Yo paseo con calma, con ojos, con zapatos,
con furia, con olvido,
paso, cruzo oficinas y tiendas de ortopedia,
y patios donde hay ropas colgadas de un alambre:
calzoncillos, toallas y camisas que lloran
lentas lágrimas sucias.