"Mi vida es una vida hecha de todas las vidas: las vidas del poeta" (Pablo Neruda)













martes, 24 de mayo de 2011

¿TODO NOS ESTÁ PERMITIDO Y QUEDA JUSTIFICADO?


«El verdadero evolucionismo no pretende ni desplazar a la Filosofía en general ni a la "Moral",
--tan siquiera quiere entrometerse en sus asuntos, sino en los suyos propios!...
Aunque sería sensato e interesante que la Ética sí se (intro)metiese en sus "teorías",
a fin de considerar y "hablar", de un modo más sensato, más acorde a los "hechos";
considerando al hombre como lo que es, verdaderamente...».


Si convenimos que el bien y el mal son solamente palabras que adjetivan acciones, sucesos u objetos con referencia a valoraciones subjetivas antiquísimas –tal como ya ha quedado argumentado–, ¿le queda alguna guía al hombre en materia de comportamiento o moral? ¿Hay alguna cosa que deba ser y hacer y de alguna manera? ¿o las cosas son lo que son y no sólo no tienen mérito sino también imposibilidad de ser juzgadas?

            En principio, reconocemos que de ninguna manera realizar una acción que otra es lo mismo. Existen entre todas las especies vivientes cosas convenientes e inconvenientes y éstas se evalúan –siempre siguiendo el pensamiento evolucionista– desde la perspectiva (y categorías amorales) de lo beneficioso y lo perjudicial. Claro que esto último hay que tomarlo desde la consideración del ser total que es la especie humana y las exigencias de su actual naturaleza evolucionada, sin supuestos, sino fácticamente considerada. En efecto, es evidentísimo que no se puede esperar el mismo comportamiento de un animal en su estado de salvajismo que en estado de domesticación –pues si no sería imposible el hecho mismo de la mismísima domesticación, pues los domesticadores estarían de continuo expuestos al peligro del salvajismo. Por esta razón, dado que el animal domesticado humano cuenta, en su actual estadio de evolución, con esa capacidad de estimar, que algunos llaman razón, es innegable que esta posesión natural le confiere una cierta superioridad con respecto al resto de los primates.

            No es preciso ya argumentar que la razón o inteligencia humana, de donde proviene la cultura y sus valores y normas, hizo al hombre inventar el bien y el mal y hasta el análisis mismo de las acciones -tanto suyas como de los primates que él considera inferiores y superiores con su metro racional. Ahora bien, esa misma razón ha logrado desenmascarar este mecanismo primario de dominio de las conciencias y últimamente ha dejado al hombre a expensas de su supuesto libre albedrío. Con la razón y ese cierto albedrío el hombre se debe colocar, reubicar sensata, fenomenológica y biológicamente, en el marco de las demás especies, y proyectar nuevamente su eventual y provisorio código de comportamiento en la Naturaleza toda. Así como los animales no humanos satisfacen todos y cada uno de sus instintos, el individuo humano debe proceder de igual forma, e incluir entre su elenco de instintos su razón y también su “instinto ético”.

            De modo que “terminar” con la moral y adherir al evolucionismo no implica una eliminación de todo patrón de comportamiento sino la necesidad de reposicionar todas las cosas, comenzando por la misma reflexión respecto de estas cuestiones, hasta llegar a aquellas acciones suyas legitimas y a aquellas que resultan inadmisibles, pues repugnan a su especie y grado de conciencia, y no ya porque alguien lo haya establecido, sino porque se puede leer en la naturaleza animal racional del primate que somos la necesidad de no hacer daño a los demás.

            La búsqueda de lo beneficioso o placentero para nuestra existencia no puede estar en conflicto con el perjuicio a otro individuo. La razón del primate le permite, y en esto es privilegiado!, considerar cómo satisfacer sus instintos sin hacerle daño a los de su misma especie. Y si se lo permite, esto es lo único que debe hacer. Quizá no está mal que cada uno, antes de obrar, deba consagrarse a esta tarea con su inteligencia y ese algo de albedrío que supone que posee –lo cuál, hermanos míos, convengamos, que no es de ningún modo poca cosa! […] 

Por el Dr. Joachim Böffmann
 
Ciudad de Buenos Aires © 2009


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