El dionisismo se presenta bajo la apariencia de una epidemia – enfermedad, contagiosa o no, que ataca a un gran número de personas.
La locura dionisíaca lleva en sí un poder de contagio tan grande como la mancha de la sangre derramada. Pero, en sentido griego, “epidemia” pertenece al vocabulario de la teofanía. Las epidemias son sacrificios ofrecidos a las potencias divinas: cuando ellas al país, cuando se entregan a un santuario, cuando asisten a una fiesta o están presentes en un sacrificio.
Son los dioses migratorios los que tienen derecho a las epidemias. Tienen sus temporadas; se los llama; les convienen los himnos.
Apolo es un dios de epifanías; tiene sus fiestas y sus aniversarios; aparece en medio de sus sacerdotes, de la muchedumbre de sus fieles, en todo el brillo de su poder.
Dioniso es por excelencia el dios que viene: aparece, se manifiesta, viene a hacerse reconocer. Dioniso organiza el espacio en función de su actividad deambulatoria. Se lo encuentra por todas partes, no está en ninguna en su casa.
Dioniso, divinidad sin cesar en movimiento, forma en cambio perpetuo, no está jamás seguro de ser reconocido, al pasear entre ciudades y aldeas la máscara extraña de una potencia que no se parece a ninguna otra. Siempre con el riego de ver negada su pertenencia a la raza de los dioses.
Dioniso es epidémico, en el sentido pleno en una serie de relatos acerca de sus entradas – más terribles que felices - cuando llega. Sus primeras epifanías están marcadas por enfrentamientos, por conflictos o por formas de hostilidad que van desde el desprecio, desde el desconocimiento hasta el rechazo declarado y hasta la persecución.
A quien desee clasificarlas, las historias de Dioniso parecen corresponder a tres tipos. En primer lugar las llegadas indirectas por embajadas interpuestas que introducen su culto, aportan una efigie, transportan su ídolo.
Segundo tipo de epidemia: el dios de la vid, la divinidad del vino y sus huéspedes. Es Dioniso la promesa de una bebida fermentada, con su locura que se debe atemperar, con su poder salvaje que se debe domesticar.
La tercera serie reagrupa la llegada a la casa de Licurgo, la aparición de las ménades y el gran advenimiento en la ciudad de Tebas. Tres epifanías que descubren de manera decisiva el poder dionisíaco en su identidad.
Dioniso se presenta siempre bajo la máscara del extranjero, sea que marche sonriente o que salte irritado. Es el dios que viene de afuera; llega de un más allá.
Cuando los dioses entran en procesión a lo largo de un friso, la máscara es para Dioniso la insigna de su divinidad. A través de la máscara que le confiere su identidad figurativa, Dioniso afirma su naturaleza epifánica de dios que no cesa de oscilar entre la presencia y la ausencia. Es siempre un extranjero, una forma a identificar, un rostro a descubrir, una máscara que lo oculta tanto como lo revela.
Dioniso es por partes iguales el extraño y el extrajero. Es el extranjero portador de extrañeza. Pero una extrañeza que se difunde por las vías del desconocimiento, o más bien del no reconocimiento.
Dioniso necesita hacer reconocer su cualidad de poder divino, al menos en el mundo de los hombres. Están aquellos que no lo reconocen y ya lo desconocen; los incrédulos que rechazan creerlo, los atolondrados que afectan considerarlo desdeñable; los agresivos que no quieren oír hablar de sus ceremonias. Sobre todo, están aquellos que tienen vocación para perseguirlo, para representar a los verdugos y, transformados en sus víctimas, para ser los testigos estrepitosos de su presencia de dios todopoderoso.
Dioniso procede por las mismas vías, de Argos a Orcómeno, hasta la epifanía tebana, punto culminante de la demencia tenebrosa. La acción es la misma: rechazo de las ceremonias de Dioniso; las mujeres enloquecidas comienzan a errar por el campo. Es ya una enfermedad que exige un médico, una mancha que requiere purificación. A continuación la locura aumenta, se extiende al conjunto de las mujeres, y bajo la forma extrema de asesinatos de niños a los cuales se entregan las madres echadas en la maleza. Dos grados de locura, de los cuales el segundo lleva al colmo la impureza con la sangre de un hijo derramada por su madre.
En su país natal, Dioniso lleva en alto la máscara del extranjero. La presencia dionisíaca alcanza su paroxismo cuando la Extrañeza se produce en su tierra natal.
En consecuencia, el dios que se presenta como extranjero ante la ciudad es, de todos los dioses tebanos, la divinidad más poderosa junto a Apolo, su cómplice, una vez más aquí.
Entre un asesino y un demente, la homología es grande: la locura lleva al crimen, mientras que el asesino es a menudo percibido como un poseído. Cuanto más se desencadena la locura, mayor es el lugar para la catarsis. Dioniso conoce íntimamente una y otra. La purificación se hace en el trance, según el proceso más familiar en el orden cultural.
Marcel Detienne – Dioniso a cielo abierto
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