El Decameron, una vez concluida su arquitectura y los cien cuentos que lo componen, circulaba desde no hacía muchos años por las grandes vías de los intercambios culturales y comerciales de Italia. Aquellos lectores del Decamerón formaban parte de aquella alta sociedad burguesa que había puesto los fundamentos de las grandes fortunas del Comune florentino entre el siglo XIII y el XIV; que, en cierto sentido, había convertido a Florencia en el centro financiero más vivaz de la Europa civilizada de entonces, el centro que movía ágilmente los millones con el nuevo y genial instrumento de la letra de cambio. Y difundía, a través de sus mil canales, aquellas obras que más se adherían al gusto de sus habitantes.
Su propia tradición manuscrita refleja todavía el entusiasmo y la laboriosidad de aquellos ambientes burgueses y mercantiles a favor de la fortuna europea del Decamerón, sin comparación con ninguna otra obra.
El Decamerón estaba en aquellos años en manos de conspicuas familias de mercantes.
El Decamerón se asoma a la escena de la cultura de los últimos decenios del Trescientos como un libro de amena lectura, como una obra creada no para ser saboreada por los literatos refinados sino para el gozo de los lectores más comunes y más ingenuos. Es decir, el Decamerón surgía como una obra del todo extra-literaria.
Bocaccio prestó atención a las narraciones del pueblo y las juzgó dignas de una consagración literaria. Incluso cuando se le presentan naturales y sugestivos los modelos clásicos, Bocaccio parece que deliberadamente los excluye: para dirigirse de nuevo a los admirados textos medievales.
La premisa moral-didáctica en cada cuento, hasta la complacencia en articular el período conclusivo del cuento en tres componentes; desde el constante empleo de colores simbólicos para indicar las dotes o la situación sentimental de las mujeres, hasta el sapiente alternarse de estilos, según los preceptos de los más autorizados tratados retóricos.
Estas decoraciones menores no son más que detalles de la general arquitectura gótica del Decamerón.
Bocaccio quiere dotar a su materia de un desarrollo coherente en sentido retórico y moral.
Desde la primera hasta la última jornada se desarrolla un itinerario ideal que enlaza desde la recriminación áspera y amarga de los vicios de los grandes en la primera jornada, con el espléndido y bien construido elogio de la magnanimidad y de la virtud en la décima jornada.
Estas jornadas desarrollan canónicamente la “comedia del hombre”: el cual revela plenamente su propia humanidad y puede ser digno del espléndido reino de la virtud, midiéndose con las grandes fuerzas que, casi instrumentos de la Divina Providencia , parecen de alguna forma regir el mundo: la Fortuna, el Amor y el Ingenio.
No representa un mundo humano sicológicamente vivo y real, sino solamente una acertada visión de aquellos ideales, anheladas, en condiciones de vida, distantes de todo peso y de toda preocupación cotidiana, que son al mismo tiempo la necesaria justificación del arte del Decamerón y la atmósfera que más concuerda con ese su excepcional desarrollo.
La Fortuna, el Amor y el Ingenio son los grandes temas que ligados el uno con el otro, inspiran y articulan la serie de grandes frescos que componen el Decamerón. Cada uno de los cuales dispone de su interpretación teórica en el marco: una orientación que es siempre de estricto respeto a lo escolástico y medieval.
El Decamerón representaba el pasado fabuloso y heroico de un presente espléndido y aventurero: el mediodía refulgente y llameante que había preparado las cálidas luces de un opulento atardecer: es decir, de aquel dorado “otoño de la Edad Media ” que Bocaccio vive y representa con tal ferviente y sentimental participación.
De esta forma, en la fantasía del lector del Decamerón se va componiendo, poco a poco, un cuadro grandioso y humanísimo de aquel período decisivo para la historia y para la civilización de Italia. Y es un cuadro cuyas tintas son heroicas y ejemplares. Es una epopeya de aquella época en la que la vida caballeresca y feudal se juntaba con aquella otra, palpitante y ardiente, de las “compagnie” y de las “arti”, y la grandiosa arquitectura del imperio iba a desembocar maravillosamente en el rompeolas del múltiple y rico mosaico de los reinos, de los principados, de los comuni.
Junto al solemne y dorado mundo de los reyes y de los caballeros, Bocaccio coloca, sin ninguna vacilación, la sociedad trabajadora y aventurera de los hombres de su época.
Como resultado el Decamerón da una grandiosa arquitectura gótica en la que se pueden desarrollar y componer, decorosamente, las más humanas y típicas representaciones de la Edad Media : captadas precisamente en el momento en que la Edad Media emprendía ya espléndidamente el camino de su ocaso.
La Introducción del Decamerón, el grandioso y terrorífico triunfo de la peste y de la muerte en la Florencia de 1348, ha tenido y tiene fama, sobre todo considerada como un fragmento de talento descriptivo, como un trozo de prosa ejemplar en sentido retórico y en sentido pictórico.
La evocación de la peste no sólo se basa en una tradición, tan frecuente y autorizada de la retórica medieval sino que representa la obertura ideal para una obra de “estilo cómico”, para una comedia.
Y mientras responde de ese modo a una exigencia de arquitectura poética, la Introducción realiza también una superior, íntima función de ouverture coherente y necesaria para el desarrollo efectivo de la obra. Se trata de un preludio en el que se componen armónicamente los temas fundamentales que luego discurrirán por el Decamerón, y donde resuenan, apenas tocados, los motivos que luego se desarrollarán en cada una de las jornadas y en los diversos cuentos.
Los temas clave de las jornadas aparecen ya mencionados en aquel proceloso triunfo de la Fortuna que es el trágico vuelo del ángel de la muerte sobre Florencia, en aquella livianísima y enigmática presencia del Amor en el encuentro entre las siete doncellas y los tres jóvenes; en aquel predominio del Ingenio que regula el retiro de los diez cuentistas a la colina encantada: en una vida regida por una discretísima toma de conciencia.
No es la ruina material, es este derrumbe de toda resistencia moral y civil el que conduce la dolorosa página con la que se concluye la primera parte de la Introducción. Bocaccio permite que penetre de improviso un hilo de luz. La aparición “en la venerable iglesia de Santa María Novella”, un martes por la mañana”, de las “siete jóvenes mujeres” y de los “tres jóvenes” evoca todo un mundo contrapuesto a aquella sociedad trastornada y embrutecida: porque aquellos vínculos humanos, signos primeros y primordiales del vivir civilizadamente.
Estos diez jóvenes son los elegidos que se retiran y se recogen en la villa fiesolana como en un arca de salvación durante el nuevo diluvio. En el mismo momento en el que llegan a la encantadora villa, sienten la necesidad de crear normas y reglas para su vida y para sus acciones.
Mientras se disolvía en Florencia la sociedad humana, merced al desenfreno y a los instintos feroces, la vida de estos diez ejemplos de gentileza responde a los ideales de la medida, del orden, de la discreción en todas las cosas.
Todo supone un mundo nuevo, imprevisible, movilísimo, que a través de la Introducción aparece por vez primera, con seguridad y claridad excepcionales, en el horizonte artístico de Bocaccio.
Vittore Branca – Bocaccio y su época
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