"Mi vida es una vida hecha de todas las vidas: las vidas del poeta" (Pablo Neruda)













viernes, 5 de noviembre de 2010

La Orestía de Esquilo como modelo de la cultura de culpabilidad



La presente charla está enmarcada dentro del tema general que titulamos Esquilo y los orígenes.
Los pasos que vamos a dar se refieren al marco histórico, a la cronología de la obra de Esquilo, a la cuestión de las triologías trágicas, a la idea de Justicia (Dike) en su producción, para desembocar en las nociones de “cultura de vergüenza” y “cultura de culpabilidad”, dentro de la cual se enmarcaría La Orestía.

Esquilo nace en el 525 a.C. en Eleusis y su juventud estará signada por dos acontecimientos: en primer término, el fin del ciclo de los tiranos, que tiene lugar a partir del 510 con la llegada al poder de Clístenes, y que hará posible la constitución de un nuevo orden social en el que cada ciudadano tiene la misma posición ante la ley, y paralelamente, el avance de los persas sobre la Hélade.

El apogeo de la pólis y el consecuente florecimiento de la democracia son el reflejo de una nueva cosmovisión. Para Esquilo en particular, las guerras contra los persas constituyen el capítulo decisivo de su biografía.

La más antigua de las tragedias conservadas es Los Persas (427), aunque la primera participación de Esquilo en agones dramáticos fue en la 70ª. Olimpíada (entre el 499/6).
Los Suplicantes podría ubicarse en 463, bajo el arcontado de Arquedémides. Es la primera tragedia de una triología que seguía con Los Egipcios y Las Danaides. Al 458 corresponden las tres tragedias que constituyen La Orestía: Agamenón, Las Coéforas y Las Euménides.

Si bien todavía hay críticos que sostienen que Esquilo sería el creador de la triología encadenada o seriada no existen testimonios contundentes para probar tal afirmación. Algunos de aquellos, como Del Grande, creen ver en la triología esquilea un movimiento dialéctico cuyos momentos son: CULPA – NUEVA CULPA – SUPERACIÓN DEL CONFLICTO, o también HIBRYS - HIBRYS – CONCIALICIÓN. Efectivamente, en este movimiento dialéctico podría resumirse La Orestía.

Cabría preguntarse por qué La Orestía a diferencia de lo que debió de ser la triología tebana, termina con la superación del conflicto y cuál es, en síntesis, la idea de Justicia que maneja el autor.

Siguiendo la tesis de Festugiere, la solución al conflicto en La Orestía estaría en la idea de Justicia (Dike). Esto quiere decir que si el hombre sufre es porque es culpable. Esto tiene que ver con la visión de este hombre nuevo de la etapa de la democracia, que se aferra a la Justicia, como intento de armonía burguesa. En Homero no existe tal idea, pero con la formación de las póleis, y mucho más aún con la consolidación del sistema democrático, se vuelve imperioso el establecimiento de la Justicia como base del nuevo orden político.
Evidentemente hay un paso más respecto de Homero, porque estamos frente a una moralización de la Moira o Fatalidad.

Lo dicho recién nos lleva a tratar la cuestión del pasaje de la que podríamos denominar cultura de vergüenza, vigente en Homero, a la cultura de culpabilidad, que empieza a aflorar en la Edad Arcaica. En Homero, no sólo no existe un concepto unificado de personalidad, sino que el carácter o la conducta aparecen explicados en términos de conocimiento.

El paso del phthónos o envidia de los dioses a la Némesis o justa indignación a través de un proceso de moralización deriva en la idea de que el culpable de un crimen que pasaba por la vida sin recibir castigo sería castigado en sus descendientes. El hecho de que Esquilo en parte aceptara las ideas de culpa heredada y de castigo diferido se fundamenta en la creencia de la solidaridad de la familia, creencia compartida con otras sociedades antiguas.



Para situarnos frente a La Orestía es necesario trazar una serie de coordenadas.

En primer lugar, a las ya mencionadas ideas de Ate y Moira debemos agregar la de daímon o espíritu maligno, que actúa como agente de la Fatalidad.

En segundo lugar, debemos decir que en Esquilo la predestinación y la libre elección del sujeto actúan conjuntamente. Hay una combinación entre el Destino y la propia voluntad, que funciona como motor de la tragedia.

En tercer lugar, no debemos perder de vista que la acción de la obra representa un doble duelo: por un parte, las divinidades infernales (Las erinias) frente a la generación de los nuevos dioses olímpicos y por la otra la afirmación del patriarcado, de la supremacía social del varón (Orestes). Para Esquilo la subordinación de la mujer es condición indispensable de la democracia.

Por último, el motivo básico de la triología está dado en la oposición de culpa y expiación (catarsis). La Orestía es una cadena de culpas.



Vamos entonces a recorrer paso a paso la triología, comenzando por Agamenón.

La obra se inicia con un vigía que ha sido puesto por Clitemestra para divisar determinadas señales luminosas que Agamenón haría el día de la caída de Troya.
A continuación el coro canta el primer estásimo, en el cual se habla de Paris, el príncipe troyano raptor de Helena, y de los que han muerto en la batalla. El coro ya esta viendo el final de la historia, no sólo para Agamenón, que es el que ha derramado la sangre en Troya, sino incluso para Orestes, que es casi un niño.
En el segundo estásimo se hace hincapié en la figura de Helena y se la llama “novia de la lanza, perdición de armadas, de hombres y de ciudades”.  Al final del estásimo el coro explica lo que hablábamos hace un momento: se trata de una cadena en la que un acto de hybris, de desmesura, engendra otro semejante.

En el tercer episodio llega finalmente Agamenón con Casandra, una de las hijas de Príamo, el rey de Troya, argumentando que el ejército griego se la ha obsequiado. Clitemnestra da la bienvenida a su esposo y le explica que Orestes fue entregado a Estrofio para que lo eduque, instándolo a continuación a que baje del carro sobre una alfombra de púrpura.

Si hasta aquí en la obra se había hablado de un crimen, el de Ifigenia, ahora se nos pone en conocimiento de otro, de una culpa anterior. Aparece aquí la noción de castigo diferido.

En medio de la participación del coro se oyen en efecto los gritos de muerte de Agamenón. Se abren las puertas del palacio y aparece Clitemnestra manchada de sangre, y también los cuerpos de su esposo y de Casandra.
Entonces el coro primero y Clitemnestra después se refieren al daimon, el espíritu de maldición del linaje, y la asesina sostiene que es aquel espíritu de venganza por los niños de Tiestes el que tomó su apariencia, en un atisbo de justificación de su crimen.

La segunda pieza es Las coeforas.  En Agamenón se plantea que la hybris engendra hybris, la sangre pide sangre. En esta segunda obra no van a cambiar las cosas, excepto porque aquí hay un hijo varón (Orestes) que no puede dejar pasar la muerte de su padre sin vengarlo.
El cambio de fortuna se produce en el primer episodio, mediante la angnórisis (el reconocimiento) entre Orestes y su hermana Electra.

Orestes hace mención frente a su hermana del oráculo de Loxias (Apolo) que le ha anunciado calamidades si no persigue a los culpables de la muerte de su padre, y también le anticipo que, en caso de cumplir con la venganza, él mismo será perseguido por las Erinias. Sólo mediante una ayuda sobrenatural Orestes puede atreverse a matar a su propia madre.

Clitemnestra intenta primero socavar al vengador alimentando su amor filial con suaves palabras de madre, luego se defiende diciendo que el Destino ha tenido parte de culpa y enseguida le pregunta a Orestes si no teme las maldiciones de una madre, si en verdad osará matarla.

En el éxodo el coro festeja la llegada de la Justicia al palacio pero repentinamente aparece Orestes narrando su crimen. Orestes termina anunciando que se va al santuario de Apolo, ante la visión tortuosa de las Erinias que ya están persiguiéndolo.

La aparición de las Furias nos ubica en una cultura de la culpabilidad ya que no son sino la conciencia misma de Orestes, la metáfora de sus remordimientos.



La última obra de esta triología es Las Euménides.

La obra se divide en dos cuadros, porque hay dos escenarios distintos. El primero transcurre en Delfos, hacia donde Orestes ha partido al final de Las Coéforas, en busca de alivio o alguna solución proporcionado por Apolo.
El segundo cuadro comienza con Orestes suplicando ante el templo de Atenea en la Acrópolis de Atenas.

La diosa Atenea pide que se reúnan las pruebas y testimonios para aportar a la causa, mientras que las Erinias de antemano ya se están quejando.

Atenea funda el Areópago, un tribunal o alto consejo de ciudadanos antenienses.  Esto puede hacernos pensar en una aceptación por parte de Esquilo de los revolucionarios cambios introducidos en la Institución.

El areópago funciona en la obra tal como lo hacía en la Atenas en la que vivía Esquilo.

Atenea señala que por primera vez va a ser juzgado un hecho de sangre en el tribunal que ella acaba de fundar y, acto seguido, anuncia que su voto será el último y que se añadirá a los que haya a favor de Orestes.

Orestes agradece a Atenea y las Erinias inician una serie de quejas contra los dioses nuevos. Atenea las calma, ofreciéndoles un altar en la ciudad en el cual serán honradas, luego de una larga disputa, finalmente aceptan. A partir de ahora las Erinias serán llamadas Euménides.

En La Orestía Orestes es el protagonista excluyente, y lo es porque es quien soporta el peso de toda la cadena de culpas. Y además es en él en quien se corta la cadena. Orestes es, de alguna forma, el campo de batalla entre los dioses jóvenes, representados por Apolo y Atenea, y las divinidades antiguas encarnadas en las Erinias.

En Las Euménides quedan sentadas las bases de una nueva justicia, la implantación del orden democrático.

La cultura de culpabilidad es una suerte de atmósfera que recorre la triología. La rebelión es contra los dioses más antiguos, sostenedores de las leyes de la sangre y de los derechos matriarcales. No en vano se alude de manera negativa a la mujer en distintos pasajes de la triología.




Oscar Conde – La Tragedia Griega












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